La crisis del Covid-19 ha despertado una antigua pesadilla, y es la vuelta a la casilla de salida para todo el talento joven de este país. Nos llaman la “generación perdida”, y no sin razón. Porque como bien dice este artículo de El Confidencial, a nuestra generación (y todas las que han salido a la vida laboral desde 2008), «nos toca postergar todo, otra vez».
En menos de una década de carrera laboral, estamos a punto de vivir nuestra segunda crisis económica. Algo que marcará para siempre nuestro futuro, tanto laboral como personal. Porque todo va ligado: un buen trabajo, ser independiente, una casa decente, un ascenso, una familia… Y si la suerte (y el dinero) no acompaña, planear cualquier cosa vuelve a ser “misión imposible” para muchos de nosotros.
Crisis y sobrecualificación: Una situación que viene de lejos
Y no es que nos quejemos de vicio, no. Los datos ya demuestran que los millennials somos los más afectados por el paro provocado por la pandemia. De casi el millón de empleos perdidos, el 53% corresponde a menores de 35 años. Una verdadera barbaridad si tenemos en cuenta que apenas representamos el 25% de la fuerza laboral.
Pero lo que está pasando ahora no es más que la punta de un iceberg de malas decisiones. Porque ya antes de la crisis, la tasa de paro entre los titulados superiores era la segunda más alta de la Unión Europea (un 8,4% frente al 3,9% de media). Sin contar que el 37,6% de los jóvenes ya trabajaba en puestos para los que no necesita su titulación, según el informe CYD. Puestos poco cualificados, como la restauración o la venta al público, que han sido los primeros en desaparecer con el Estado de Alarma.
Sin colchón salvavidas (económico, se entiende).
Aunque el origen de la actual crisis económica sea muy diferente a la de 2008, las consecuencias para la “generación perdida” están siendo igual de dramáticas. Sin habernos recuperado del susto de la última crisis, un nuevo varapalo económico nos pilla con la guardia baja y sin salvavidas financiero que nos permita hacer frente a nuestro futuro. Y eso sin hablar del nivel salarial que ostentamos, muy lejano al que generaciones anteriores ya ganaban a nuestra edad…
Así nos es imposible hacer frente al futuro que queremos. Simple y llanamente porque no podemos, no porque no queramos. En España, el 63% de los jóvenes no tiene capacidad de ahorro, según un estudio de ESADE. Pero sí perspectiva de hacerlo en cuanto tengan la oportunidad (el 32% pensaba hacerlo en cuanto pueda, y un 27% lo hizo en el pasado y piensa volver a hacerlo en cuanto su economía se lo permita). Será que, con esta trayectoria tan accidentada, somos más conscientes de verles las orejas al lobo en cualquier momento.
Lo resume muy bien José Ignacio Conde-Ruiz, economista y profesor de la Universidad Complutense, para El Confidencial:
“El problema no es el coronavirus. Es la precariedad, que ya estaba antes, porque nunca nadie ha querido arreglarla. Seguimos siendo el país industrializado con más precariedad junto a Grecia, y se está volviendo a ver con esta crisis”.
Un rayo de esperanza: de la “generación perdida” a la “generación adaptada”
Pero toda situación amarga tiene su lado positivo, eso es así. Y es que los de esta “generación perdida” estamos desarrollando unas cualidades que serán muy útiles en el volátil mundo laboral que se nos presenta tras el confinamiento.
Lo que sí está claro es que a partir de ahora, los cambios van a ser lo más habitual en nuestra vida laboral, y no me refiero solo al teletrabajo. En un mundo que necesita asumir la transformación como un imprescindible para la subsistencia del negocio, cualidades como la resiliencia, la capacidad de adaptación o la flexibilidad van a ser realmente importantes. Y nosotros, impulsados por las circunstancias, las estamos haciendo nuestra seña de identidad.
Porque si hay algo que la “generación perdida” ha sabido hacer, quizá con resignación, es asumir y gestionar los cambios según pasan. Mirando el presente y buscando soluciones al ahora, amoldándonos a como vienen dadas. Porque por muchas curvas que vengan, volveremos a levantarnos, y lo haremos cuantas veces haga falta.